Partieron del monte Hor con dirección al mar Rojo, para rodear la tierra de Edom. Pero el
pueblo se impacientó por causa del camino, y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés, diciendo: ¿Por qué nos has hecho
subir de Egipto para morir en el desierto? Porque no hay pan, ni hay agua, y nuestra alma está hastiada de esta comida miserable.
Entonces Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, las cuales mordían al pueblo,
y murió mucha gente de Israel. Y el pueblo fue a Moisés diciendo: Hemos pecado al haber hablado contra Jehová y contra ti.
Ruega a Jehová que quite de nosotros las serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. Entonces Jehová dijo a Moisés: Hazte una
serpiente ardiente y ponla sobre un asta. Y sucederá que cualquiera que sea mordido y la mire, vivirá.
Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y sucedía que cuando alguna serpiente
mordía a alguno, si éste miraba a la serpiente de bronce, vivía.
Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre
sea levantado, para que todo aquel que cree en él tenga vida eterna.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque
Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo
por él. (NÚMEROS 21:4-9; JUAN 3:14-17)
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