Entonces Moisés imploró el favor de Jehová su Dios, diciendo: Oh Jehová, ¿por qué se ha de
encender tu furor contra tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto con gran fuerza y con mano poderosa? ¿Por qué han de
hablar los egipcios diciendo: “Los sacó por maldad, para matarlos sobre los montes y para exterminarlos sobre la faz
de la tierra”? Desiste del ardor de tu ira y cambia de parecer en cuanto a hacer mal a tu pueblo. Acuérdate de Abraham,
de Isaac y de Israel tus siervos, a quienes juraste por ti mismo y les dijiste: “Yo multiplicaré vuestra descendencia
como las estrellas del cielo, y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de la cual he hablado. Y ellos la tomarán como
posesión para siempre.”
Entonces Jehová cambió de parecer en cuanto al mal que dijo que haría a su pueblo.
Entonces Moisés se volvió y descendió del monte trayendo en sus manos las dos tablas del testimonio,
tablas escritas por ambos lados: por uno y otro lado estaban escritas. Las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura
de Dios, grabada sobre las tablas.
Aconteció que cuando llegó al campamento y vio el becerro y las danzas, la ira de Moisés se
encendió, y arrojó las tablas de sus manos y las rompió al pie del monte. Y tomó el becerro que habían hecho y lo quemó en
el fuego. Luego lo molió hasta reducirlo a polvo, lo esparció sobre el agua, y lo hizo beber a los hijos de Israel. (ÉXODO 32:11-16, 19, 20)
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