Yo soy el buen pastor; el buen pastor pone su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que
no es el pastor, y a quien no le pertenecen las ovejas, ve que viene el lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo arrebata
y esparce las ovejas. Huye porque es asalariado, y a él no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas,
y las mías me conocen. Como el Padre me conoce, yo también conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.
También tengo otras ovejas que no son de este redil. A ellas también me es necesario traer,
y oirán mi voz. Así habrá un solo rebaño y un solo pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo pongo mi vida para volverla
a tomar. Nadie me la quita, sino que yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar.
Este mandamiento recibí de mi Padre.
El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre
el madero a fin de que nosotros, habiendo muerto para los pecados, vivamos para la justicia. Por sus heridas habéis sido sanados.
Porque erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas. (JUAN 10:11-18; 1 PEDRO 2:24, 25)