Pero
El da mayor gracia. Por eso dice: Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los
humildes. (Santiago 4.6)
Cansada
la tortuga de arrastrarse siempre por el suelo, le rogó al águila que la levantase en el aire lo más posible. El águila, para
complacerla, la asió entre sus garras y la levantó hasta más arriba de las nubes. Entonces la tortuga exclamó, henchida de
vanidad: ¡Qué despreciables me parecen ahora todos los animales de la tierra! ¡Con cuánta envidia me han de mirar!
Enojada
el águila por aquella vanidosa presunción, soltó de entre sus garras a la tortuga, que fue a dar contra unas peñas y se hizo
pedazos.
Los
que se engríen cuando la buena fortuna los levanta a muy alta posición, están en peligro de caerse y matarse.
—Esopo.
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