Jericó estaba cerrada y atrancada por causa de los hijos de Israel. Nadie entraba ni salía.
Pero Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó, a su rey y a sus hombres de guerra. Asediaréis la ciudad
vosotros, todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez. Esto haréis durante seis días. Siete sacerdotes
llevarán siete cornetas de cuernos de carnero delante del arca. Al séptimo día daréis siete vueltas a la ciudad, y los sacerdotes
tocarán las cornetas. Y sucederá que cuando hagan sonar prolongadamente el cuerno de carnero, cuando oigáis el sonido de la
corneta, todo el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad se derrumbará. Entonces el pueblo subirá, cada uno hacia
adelante.
Entonces el pueblo gritó, y tocaron las cornetas. Y sucedió que cuando el pueblo oyó el sonido
de la corneta, gritó con gran estruendo. ¡Y el muro se derrumbó! Entonces el pueblo subió a la ciudad, cada uno directamente
delante de él; y la tomaron. Destruyeron a filo de espada todo lo que había en la ciudad: hombres y mujeres, jóvenes y viejos,
hasta los bueyes, las ovejas y los asnos.
Pero Josué preservó la vida a la prostituta Rahab, a la familia de su padre y todo lo que
era suyo. Ella ha habitado entre los israelitas hasta el día de hoy, porque escondió a los mensajeros que Josué envió para
reconocer Jericó. (JOSUÉ 6:1-5; 20, 21, 25)
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