No os dejéis engañar, de Dios
nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará. (Gálatas 6.7)
Cierta mujer fue a ver un fotógrafo para que la retratara. La señora se había arreglado lo mejor que había podido
y la fotografía salió buena. Pero el fotógrafo se dijo: “Tengo que retocar estos retratos porque si los dejo como están,
esa señora no quedará contenta.” En efecto, cuando ella regresó a ver al fotógrafo para reconocer los retratos, quedó
muy satisfecha: creyó que era más bonita de lo que en realidad era. Primero se engañó a sí misma; después se dejó engañar
por el fotógrafo. Así son los hombres con respecto a su retrato moral y espiritual: les place la adulación, la lisonja, y
se dejan engañar con gusto. Dios en su Palabra dice que están destituidos de su gloria por la horrenda fealdad del pecado,
y los insta a buscar la salvación de sus almas.
—El Mensajero Pentecostés.
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