Hijo mío, pon atención a mi sabiduría, y a mi entendimiento inclina tu oído;
para que guardes la sana iniciativa, y tus labios conserven el conocimiento.
Los labios de la mujer extraña gotean miel, y su paladar es más suave que el
aceite; pero su fin es amargo como el ajenjo, agudo como una espada de los filos.
Bebe el agua de tu propia cisterna y de los raudales de tu propio pozo. ¿Se han
de derramar afuera tus manantiales, tus corrientes de aguas por las calles? ¡Que sean para ti solo y no para los extraños
contigo!
Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como una preciosa
cierva o un graciosa gacela.
Sus pechos te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre.
¿Por qué, hijo mío, andarás apasionado por una mujer ajena y abrazarás el seno
de una extraña?
Los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová, y él considera todas sus
sendas.
Sus propias maldades apresarán al impío, y será atrapado en las cuerdas de su propio pecado.
El morirá por falta de disciplina, y a causa de su gran insensatez se echará a perder. (PROVERBIOS 5:1-4; 15-23)
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