Aconteció que a la medianoche Jehová mató a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde
el primogénito del faraón que se sentaba en el trono, hasta el primogénito del preso que estaba en la mazmorra, y todo primerizo
del ganado.
Aquella noche se levantaron el faraón, todos sus servidores y todos los egipcios, pues había
un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto. Entonces hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche,
y les dijo: ¡Levantaos y salid de en medio de mi pueblo, vosotros y los hijos de Israel! Id y servid a Jehová, como habéis
dicho. Tomad también vuestras ovejas y vuestras vacas, como habéis dicho, e idos. Y bendecidme a mí también.
Los egipcios apremiaban al pueblo, apresurándose a echarlos del país, porque decían: ¡Todos
seremos muertos! La gente llevaba sobre sus hombros la masa que aún no tenía levadura y sus artesas envueltas en sus mantos.
Los hijos de Israel hicieron también conforme al mandato de Moisés, y pidieron a los egipcios objetos de plata, objetos de
oro y vestidos. Jehová dio gracia al pueblo ante los ojos de los egipcios, quienes les dieron lo que pidieron. Así despojaron
a los egipcios. Jehová iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una
columna de fuego para alumbrarles, a fin de que pudieran caminar tanto de día como de noche. La columna de nube nunca se apartó
de día de delante del pueblo, ni la columna de fuego de noche. (ÉXODO 12:29-36; 13:21, 22)
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