Habiéndose reunido los fariseos, Jesús les preguntó diciendo: ¿Qué pensáis acerca del Cristo?
¿De quién es hijo?
Le dijeron: De David.
El les dijo: Entonces, ¿cómo es que David, mediante el Espíritu, le llama Señor? Pues dice:
Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies.”
Pues, si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? Nadie le podía responder palabra, ni nadie
se atrevió desde aquel día a preguntarle más.
Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y les hizo subir aparte,
a solas, a un monte alto, y fue transfigurado delante de ellos.
Vino una nube haciéndoles sombra, y desde la nube una voz decía: “Este es mi hijo amado:
a él oíd.”
Porque os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor
Jesucristo, no siguiendo fábulas artificiosas, sino porque fuimos testigos oculares de su
majestad. Porque al recibir de parte de Dios Padre honra y gloria, desde la grandiosa gloria le fue dirigida una voz: “Este
es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.” (MATEO 22:41-46; MARCOS 9:2,
7; 2 PEDRO 1:16, 17)
Volver a Abril