Ahora bien, las obras de la carne son
evidentes. Estas son: fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas,
disensiones, partidismos, envidia, borracheras, orgías y cosas semejantes a éstas, de las cuales os advierto, como ya lo hice
antes, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Pero el fruto del Espíritu es: amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley. (Galatas 5.19-23)
Porque si bien en otro tiempo erais tinieblas,
ahora sois luz en el Señor. ¡Andad como hijos de luz! Pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad.
Aprobad lo que es agradable al Señor y no tengáis ninguna participación en las infructuosas obras de las tinieblas; sino más
bien, denunciadlas. (Efesios 5.8-11)
No es buen árbol el que da malos frutos,
ni es árbol malo el que da buen fruto.
Porque cada árbol es conocido por su fruto;
pues no se recogen higos de los espinos, ni tampoco se vendimian uvas de una zarza. El hombre bueno, del buen tesoro de su
corazón, presenta lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón, presenta lo malo. Porque de la abundancia del
corazón habla la boca. (Lucas 6.43-45)
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SALMOS 1; 112; ISAÍAS 27:2, 3; JUAN 15:1-16; ROMANOS 7:1-6
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