Bienaventurados los que tienen hambre
y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Como ansía el venado las corrientes de
las aguas, así te ansía a ti, o Dios, el alma mía.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.
¿Cuándo iré para presentarme delante de
Dios? (Isaías 42.1-2)
Respondió Jesús y le dijo: Todo el que
bebe de esta agua volverá a tener sed. Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed, sino que el
agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.
Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida.
El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás.
Pero en el último y gran día de la fiesta,
Jesús se puso de pie y alzó la voz diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la
Escritura, ríos de agua viva correrán
de su interior.
Esto dijo acerca del Espíritu que había
de recibir los que creyeran en él, pues todavía no había sido dado el Espíritu, porque Jesús aún no había sido glorificado.
El Espíritu y la esposa dicen: “¡Ven!”
El que oye diga: “¡Ven!” El que tiene sed, venga. El que quiere, tome del agua de vida gratuitamente. (Juan 4.13-14;
6.35; 7.37-39; Apocalipsis 22.17)
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SALMOS 107: 1-9; 146; ISAÍAS 55:1, 2;
LUCAS 6:21; APOCALIPSIS 7:16, 17
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