¡El gozo del Señor es nuestra fortaleza!
(Nehemías 8:10)
Hay cristianos que viven en una montaña rusa, un día se sienten por las nubes
y otras por el piso, no han aprendido a gozarse en Dios. No quiero decir que debemos ser insensibles ante el dolor, es más,
tenemos que ser capaces de llorar ante las cosas que nos hieren, porque hacen a nuestra salud mental y psíquica. Esconder
el dolor, no exteriorizarlo, es un veneno que no sólo enferma el alma sino también el cuerpo. De allí que existen las enfermedades
“sicosomáticas”. “Somatizar” significa transformar los trastornos psíquicos en síntomas orgánicos
y funcionales. Y esto sucede cuando no hay ninguna válvula de escape para nuestro dolor. Y no porque no estemos diseñados
para exteriorizar el dolor, sino porque decidimos voluntariamente esconderlo, ya sea por pudor o porque nos han enseñado que
llorar no es de valientes.
Totalmente falso, si estudiamos la vida de
los grandes genios, de los que marcaron cambios significativos en el mundo, nos vamos a dar cuenta que la mayoría supo dolerse
y llorar. Las más grandes composiciones musicales, salieron del dolor. De hecho, Jesucristo lloró sobre Jerusalén, ante la
tumba de Lázaro, en el Getsemaní, etc. Los grandes han logrado trascender, porque supieron conmoverse y llorar. Dicen
que la haraganería es la madre de todos los males, pero yo diría que la madre de todos los males es la I N D I F E R E
N C I A.
Alguien escribió: “Hay cosas que sólo
pueden apreciarse a través de los ojos que han llorado.” Las lágrimas son la muestra más hermosa de nuestra humanidad
y sensibilidad. La ausencia de ellas es el resultado de la insensibilidad humana ante el sufrimiento. Y el mundo moderno necesita
salir de la fría tecnología, donde somos meramente un número, para sentir el calor de la compasión por los necesitados.
Nadie aspira a vivir en medio de esa frialdad
llamada indiferencia, pero algo es cierto: “Ese mal comienza y termina en nuestro corazón.” No somos responsables
de una sociedad alejada de los verdaderos valores morales, pero somos responsables de nuestra indiferencia, y del alejamiento
de la verdadera razón de la vida. Es necesario recordar, tal como dice el Dr. R. Trossero en uno de sus libros, que
¡Todo lo tenemos prestado!
Te regalaron los ojos que ven:
Tú debes aprender a mirar.
Te regalaron los oídos que oyen:
Tú debes aprender a escuchar.
Te regalaron la lengua que pronuncia palabras:
Tú debes aprender a dialogar.
Te regalaron las manos que tocan:
Tú debes aprender a acariciar.
Te regalaron los pies que caminan:
Tú debes aprender a elegir un rumbo y un destino.
Te regalaron la vida:
Tú debes aprender a vivir.
Todo
te lo regalaron por un tiempo:
¡Tú debes aprender a aprovecharlo muy bien!
Lo cual no significa que debemos hacer del dolor y las lágrimas nuestro estilo de vida. Sino que las
lágrimas tienen que regalarnos la energía para luchar por un mundo mejor. Después de las lágrimas, tenemos que fortalecernos
en Cristo. Sólo en la unión con Él es posible caminar sobre las aguas de la adversidad, con la alegría que proporciona
saber que Jesucristo es la Roca de los siglos y nuestra fortaleza inamovible. Tenemos la obligación de crecer como
personas y como cristianos. Así como existen enfermedades durante la niñez que inmunizan el cuerpo, el dolor del que confía
en Dios tiene la capacidad de inmunizar nuestra alma, para introducirnos en el maravilloso mundo de los milagros, donde “todo
es posible para nuestro Dios”.
Si un boxeador es hospitalizado y cuando
sale del hospital tiene una pelea por el título mundial, postergará la pelea hasta haber recuperado sus fuerzas por completo.
Algunos cristianos pelean en el ring de la vida sin tener victoria sobre las fuerzas del diablo, porque han olvidado que el
gozo de Dios es nuestra fortaleza. El rey David repite constantemente: “Bendice, alma mía, al Señor.” Porque la
determinación de alabar a Dios enciende en nuestro interior la llama del gozo
de Dios. Nuestro Padre se goza cuando lo alabamos y es tan bueno que ¡comparte su gozo con nosotros!!!
Si sientes que ya no tienes fuerzas,
Alaba a Dios.
Si sientes que el mundo se termina,
Alaba a Dios.
Si sientes que nadie te entiende,
Alaba a Dios.
Alaba a Dios en todo tiempo. La alabanza
abre las ventanas de los cielos, porque nuestro Dios habita en medio de las alabanzas de los suyos.
“Hágase tu voluntad, como en el cielo,
así también en la tierra”, significa:
¡Alaben a Dios en la tierra,
como se hace en el cielo!
La alabanza destruye fortalezas, y baja el cielo a la tierra, porque es la habitación del Todopoderoso. Y si no sabes tocar
ningún instrumento, te aconsejo que aprendas. El rey Salomón, en Proverbios 17:22, dice: “El corazón alegre constituye buen remedio.” Los psicólogos han descubierto lo mismo, al punto que realizan
terapias con música. Y afirman que el canto influye enormemente en la salud mental y psíquica de las personas.
¡Y cuánto más si la canción es la resultante
de la comunicación personal
con el Dador de la vida y de todo don perfecto!
Que Dios te bendiga y te permita gozarte en Él todos los días de
tu vida.
Con el mayor aprecio,
Nilda Sassaroli
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