No me mueve mi Dios
para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de adorarte.
Tu me mueves, Señor;
muéveme el verte clavado en una cruz y ensangrentado; muéveme el ver tu cuerpo tan herido; muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin,
tu amor, de tal manera que aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que
dar porque te quiera; pues, aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero, te quisiera.
Anónimo
Bendiciones.
Hno. Fredy Monterroza.
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